
Y por unas horas pareció que jamás íbamos a volver a necesitar la presencia del sol. Con ella nos bastaba. Era inmensa, más inmensa que nunca. Su luz parecía casi artificial, dejando entrever un cielo azul oscuro. Si fijabas la vista en ella durante unos segundos, era capaz de hipnotizarte. Parecía de película... Y a pesar de que desde su silla pudiese contemplar el dolor que miles de japoneses están sufriendo, u observar a Libia en medio de una guerra, ella, aquella noche, apareció con su mejor sonrisa.
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